Una melancolía irreconstructible al borde del desahogo me comprime la garganta tras recordar mis vacaciones en el campo de mi tata. Tardes silentes en la casa, cierto olor a historia y una galería colonial inundaban mis pensamientos aquella madrugada. Carisma lucían los personajes de dichas vacaciones.
Fosforitos, tortas pirotécnicas, petardos sonaban junto con miradas perplejas y alegría. Los gritos deshacían todo raciocinio posible y la excitación nos colmaba.
Los latidos sentía.
Las ciruelas se veían al día siguiente enclavadas en el árbol junto al quincho.
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